“El médico de un establecimiento de
alienados no debe nunca intentar inspirar miedo por sí mismo, pero tiene que
tener bajo sus órdenes a un individuo que acepte esta tarea desagradable, que
sólo actúe de acuerdo con los preceptos del médico y que pueda oponerse, en
caso de necesidad, a la vehemencia, al arrebato y violencia de los furiosos”
Jacobi (Siglo XVIII)
Aquí, nuevamente vamos a diferenciar rol de función, ya que si bien el rol está definido socialmente, la
función es una construcción relacional ligada a la singularidad del vínculo y a
la estrategia de acompañamiento. Por esta razón cuando el acompañado nos dice
“quiero que seas mi amigo”, no se refiere al rol, sino que nos propone una
función con la cual debemos lidiar.
Nunca debemos rechazar a priori las funciones que los acompañados nos proponen, porque
estas repercuten directamente en el vínculo, que es nuestro terreno de trabajo.
Es necesario, en cambio, trabajar las consecuencias positivas o negativas que,
al ocupar estos lugares donde el
acompañado “nos ubica” (Pulice,
2011), puedan acarrear para el acompañamiento.
Si bien algunas funciones son habituales y nos serán trasmitidas con
facilidad (como por ejemplo la amistad), otras constituirán un trabajo complejo
de “interpretación” que requerirá la participación de todo el equipo. Este
trabajo de interpretación, más que una interpretación al modo psicoanalítico,
se trata de una dilucidación, que en ningún caso debe trasmitirse al
acompañado (para evitar precisamente los efectos de interpretación que
corresponden en todo caso al terapeuta).
La tarea de dilucidación y objetivación de la/s función/es (a modo de hipótesis de trabajo) constituye uno de
los trabajos fundamentales de la supervisión, o en su ausencia del
acompañante junto con el equipo y el coordinador.
Sin duda, la dificultad histórica para
precisar “la función” del acompañamiento terapéutico se debe generalmente a
esta dificultad para diferenciar el rol del acompañante de las múltiples funciones que puede desempeñar
a lo largo de un acompañamiento, y que solo pueden dilucidarse in situ.
Por otra parte debemos entender que cuando en
Acompañamiento Terapéutico hablamos de función nos referimos a una definición
muy genérica del concepto. Es interesante la relación que hace la bibliografía
del acompañamiento entre el concepto función
y el término lugar, entendido como
las coordenadas simbólicas e imaginarias en las que suele ubicarse el
acompañante en relación al acompañado.
En sí misma una función no es un lugar,
en todo caso una función es la relación que se establece entre dos lugares
o más y, mientras que estos lugares pueden denominarse, la función
permanece como ese espacio entre sin
nombre propio. En efecto, el concepto
función es un constructo matemático
que se utiliza para referirse a una relación entre variables, su valor estará
determinada por su funcionamiento, es decir por la relación entre las variables que la constituyen.
No es casual que este lugar-entre, sea justamente el que identifique al Acompañamiento
Terapéutico como un enfoque vincular que se constituye “entre” el acompañante y el acompañado. Un lugar-entre que no es un lugar, pero que al fin y al cabo implican
ciertas coordenadas que terminan por configurarlo como si lo fuera. Dicen S.
Kuras y S. Resnizky “Hablar de un
“espacio entre” da cuenta, también, de las imprecisiones territoriales en las
que el Acompañante Terapéutico despliega su trabajo” (S. Kuras y S.
Resnizky, 2005), el terreno de la
función es en extremo móvil, e incuso nos lleva a cuestionar si realmente puede
ser determinado por la estrategia de tratamiento, condición necesaria pero no
excluyente de la función.
Esto nos permitiría cuestionar uno de los
pilares indiscutibles del acompañamiento, sintetizada en la siguiente
referencia bibliográfica: “la función del
acompañamiento terapéutico se va a ir precisando en relación una estrategia
determinada de tratamiento y en la singularidad del caso” (Rossi, 2011),
con la que está de acuerdo todas la bibliografía consultada.
Decir que la función depende de la estrategia,
como vemos, tampoco sería del todo correcto, dado que la estrategia es
solamente una variable más en el juego que determina la función o las funciones que encarna el acompañante.
Ahora bien, este carácter inaprensible de la función no es del todo así. El
trabajo analítico nos permite asir la función mediante el trabajo de
dilucidación que se realiza en la supervisión, pero que también puede
realizarse por un equipo y un coordinador experimentados. Si bien es cierto
que, como plantean Sarbia y Lindel (2010) “la función del at. puede formularse,
lejos del comienzo del AT, más bien llegando a su finalización siendo que
representa algo más que las indicaciones que ha recibido”, se entiende que es
al final del tratamiento (a posteriori)
donde el equipo puede darse cuenta (más fácilmente) las funciones encarnadas
por los acompañantes durante el tratamiento.
Desde mi punto de vista es una obligación del equipo de acompañamiento
disponer de las herramientas (supervisión por ejemplo) que permitan al
acompañante, durante el tratamiento,
intentar dilucidar aunque sea a modo de interpretación o hipótesis, las funciones que está desempeñando.
Por lo tanto, en general no es correcto hablar
de función, sino en todo caso de funciones
dado que nunca un acompañante ocupa una sola función respecto al acompañamiento
que realiza. Las funciones pueden variar en función de la flexibilidad de los
vínculos que se establecen con el otro o del tiempo que dura esa relación.
La función es situacional (a diferencia del
rol que es institucional) por lo que en un vinculo normal, lo habitual es que
se desempeñen diferentes funciones que irán variando en relación en cada
situación. Los vínculos patológicos
mucho menos flexibles, estas variaciones tienden a reducirse, dado que la
rigidez que se le impone a la relación impide la posibilidad de ocupar
diferentes lugares respecto al otro. Así por ejemplo en un vínculo paranoide se
ubicará al otro generalmente en el lugar del perseguidor con muy pocas variaciones
situacionales, aunque las hay, y encontrar las situaciones más propicias para
el vínculo es tarea del acompañante.
El otro factor
que limita las variaciones en la función es el tiempo, este es una
consecuencia habitual que sucede en todas las relaciones (de pareja, de grupo,
institucionales, etc.), en tanto sistema, todas las relaciones tienden a
equilibrarse mutuamente, estableciendo una pauta más o menos estable.
En conclusión, es importante poder determinar
en cada momento, que funciones se
está desempeñando en un tratamiento (respecto al terapeuta, a la familia, al
acompañado y al propio equipo), es decir para
qué nos usa cada cual, dado que es a través de este análisis que podemos
precisar cuáles son las demandas en
juego a las que estamos sujetos, con el fin de poder operar sobre ellas, y
según corresponda:
-
Abstenernos de satisfacer esa demanda: en casos de demandas de
vigilancia, control o castigo, muy
habituales en el trabajo con drogodependientes.
-
Responder a ella: en casos de demandas relacionadas con
el holding, la contención o hacer de
testigos frente a la fragmentación de la psicosis, aportando una unidad y una
continuidad a la subjetividad del acompañado.
No solamente no seremos compelidos a ocupar
varias funciones al mismo tiempo,
sino que muchas veces estas funciones serán contradictorias entre sí (y
generalmente sucede así). Contradicción por parte de las diferentes figuras
participantes en el tratamiento (equipo tratante, terapeuta, familia y
acompañado) sino que nos encontraremos con contradicciones por parte de la
misma figura, muy habitual en el tratamiento de la psicosis, donde las
estructura abordad suele reproducirse en los equipos y la familia. Es por ello
de vital importancia, contar con un coordinador para que pueda representar al
acompañante en el terreno inter-institucional
(que ocupa entre recursos asistenciales, la familia y la comunidad), y la
función de un supervisor que ayude a desenmarañar este terreno subjetiva y
objetivamente tan complejo.