En
agosto de 2017, comencé a trabajar como acompañante terapéutico, dentro de un
tratamiento del Hospital de día AMICEM, en Madrid. Dos años antes, en 2015 me
había formado en la primera edición del Curso de Especialización en
Acompañamiento Terapéutico y de la Asociación Pasos, dirigido por Alejandro
Chevez y Andrea Montuori.
Al
empezar mi andadura como acompañante terapéutico, no dudé en supervisar mi
trabajo con Alejandro Chevez. En ese momento inicié un largo camino de
formación, estudio y análisis tanto profesional como personal.
Actualmente
ya hace algo más de cuatro años que comencé a supervisar y en este momento mi
deseo e inquietud profesional tienen en el punto de mira la escritura, como
medio de expresión, análisis y estudio sobre acompañamiento terapéutico.
Con
este primer texto comienzo a navegar por el mundo de la escritura, en este caso
movido por un pensamiento en voz alta, una reflexión conmigo mismo, una fuerza
que me impulsa a escribir.
La hoja en blanco, el
silencio… comienzo a sentir un cosquilleo, estoy inquieto. Tengo la sensación
de adentrarme en un lugar nuevo, desconocido, quizá peligroso.
Antes de poner las primeras
palabras me enfrento con el vacío y una frase angustiante me asalta: “¿ahora
qué hago? ¿qué escribo? ¿qué pongo?
Este estado me resulta
conocido y me hace recordar una escena durante un encuentro en acompañamiento
terapéutico.
Estábamos en una terraza de
un bar tomando un café, cuando de pronto el acompañado “rompe el silencio”:
- “Te voy a matar”
- “No me mates, yo confió en
ti y sé que no me harás daño”, le respondí.
- “No hombre”
En un primer instante las
palabras del acompañado me descolocan. Por un momento parece que el tiempo se
para, la espontaneidad se tambalea y respondo para que continúe la escena.
Otra situación me viene a la
memoria, ocurrió en otro acompañamiento, donde el acompañado se tumba en la
cama y yo me siento a su lado. Acabamos de saludarnos y las únicas palabras que
hemos intercambiado es “Hola”.
El encuentro está comenzando
y no nos hemos “conectado” acompañante y acompañado, estamos juntos, pero no en
relación, falta algo entre nosotros que por ahora lo habita el silencio.
Durante la escena la
angustia y una sensación de incertidumbre aparecen, el silencio y la falta de
interacción provocan en el acompañante una inquietud en la búsqueda por el ¿qué
hacer?, ¿qué decir?...
En ambas escenas también
aparece el pensamiento sobre ¿cuál es la respuesta correcta?... pensamiento que
suele llevar a una encerrona, pues cuanto más piensas cual es la respuesta
correcta seguramente la respuesta más se aleje de la “correcta”.
Apoyándonos en la teoría
para poder pensar sobre estas dos escenas, la supervisora de equipo de AMICEM nos
suele comentar “en la intervención no se piensa, se piensa antes y después”
Haciendo un símil con el
mundo del teatro, me imagino que un actor durante una representación no piensa
en cómo actúa, simplemente actúa. Después de la obra podrá pararse a pensar
sobre su actuación, pero durante la representación “el espectáculo debe
continuar”.
Como decían en mi primera
formación sobre Acompañamiento Terapéutico en la Asociación Pasos, durante un
encuentro en acompañamiento terapéutico, pensar en cómo se actúa, produce la
parálisis y el final de la espontaneidad. Es decir, si piensas en la escena
dejas de estar en la escena, te sales fuera de ella y fuera del encuentro con
el otro.
Por otra parte, también me
gustaría destacar la dificultad de la gestión de las demandas por parte del
acompañante terapéutico. Depositario de diferentes demandas provenientes de los
servicios sociales, el equipo, la familia y a su vez portador de su propia
demanda.
Todo este conjunto, a veces,
actúa como otro obstáculo a la espontaneidad, llevando a pensar durante los
encuentros: “debería preguntarle por esto”, “debemos trabajar esto otro”, “creo
que deberíamos hablar de lo que le pasa, que me cuente de su familia…”
En esas situaciones hay
tanto “ruido” que a veces nos olvidamos de nuestra tarea fundamental, la
construcción y el mantenimiento del vínculo de confianza entre acompañante y
acompañado. Para ello debemos tener en cuenta la demanda y el deseo del
acompañante durante todo el proceso del acompañamiento terapéutico.
A modo de cierre, me gustaría
concretar que, durante la difícil tarea de acompañar, debemos tratar de
acercarnos al otro de forma espontánea, centrándonos en compartir diferentes
momentos con el acompañado, alejándonos de nuestras propias exigencias y de
aquellas demandas que nos distancian del otro y de la construcción de un
vínculo terapéutico.
Angustia, vacío,
incertidumbre, exigencia, pensamiento, demanda, espontaneidad… muchos temas se
entrecruzan en este escrito, que sin duda necesitarían muchas páginas cada uno
de ellos, pero de esta forma han aparecido en la conversación que he mantenido
conmigo mismo, plasmada en este primer escrito de un acompañante terapéutico.
Àlvaro Ruiz Domínguez
Email: alvarowt93@gmail.com
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