17 de diciembre de 2024

Vínculo y Espontaneidad Trabajada: la fragilidad del otro que soy yo


Conferencia presentada en el XX Congreso de Acompañamiento Terapéutico en Buenos Aires, 2024

¿Quién es el otro?

Esta es una pregunta fundamental en toda relación terapéutica. Preguntarnos quién es el otro, lejos de ser una mera cuestión conceptual, es el inicio de cualquier encuentro humano profundo. Pero cuando nombramos al otro, cuando lo definimos, inevitablemente entramos en una dinámica de poder. Al etiquetar, al describir, fijamos una identidad, tal vez limitando la posibilidad de que esa persona sea algo más que lo que nosotros percibimos. Y esto nos lleva a una reflexión clave: ¿cómo podemos ser nosotros, quienes acompañamos, el otro?

Aquí quiero detenerme en el concepto de hospitalidad que desarrolla Jacques Derrida. Derrida nos invita a ver al terapeuta como un invitado en la vida del otro. No llegamos como dueños, no nos imponemos como guías que todo lo saben. Somos, en esencia, invitados. Entramos en el mundo de nuestros pacientes con cuidado, con respeto, sabiendo que ese espacio no es nuestro. Desde esta perspectiva, acompañar es aceptar que, en cada sesión, también somos el otro. Nos transformamos, somos acogidos, somos parte de una experiencia compartida.

Esta reflexión nos lleva a una cuestión más profunda: ¿quiénes somos nosotros cuando acompañamos? ¿Es nuestra identidad fija, estable, inmutable? Aquí las teorías psicológicas nos ofrecen dos caminos.

Donald Winnicott, un referente en la teoría psicoanalítica, hablaba del verdadero self. Para Winnicott, cada persona tiene en su interior un núcleo auténtico, un yo esencial que busca expresarse libremente. Este verdadero self es lo que nos da estabilidad y coherencia. En el proceso terapéutico, ayudamos a las personas a contactar con ese self genuino, a despojarse de las máscaras que la vida les ha impuesto.

Pero, por otro lado, tenemos una visión diferente, y es aquí donde las ideas de Jacob Levy Moreno nos invitan a pensar el yo de una manera más plural. Según ellos, el yo no es una entidad fija, sino que está compuesto por múltiples personajes. No somos un solo ser, somos un conjunto de identidades que interactúan entre sí. Tenemos un parlamento interno de personajes que luchan por llegar a ser voz, una metáfora que me parece poderosa. Dentro de nosotros hay un grupo de voces, de personajes que toman la palabra en función del contexto, de las relaciones, de la situación.

Cuando nos encontramos con el otro, no es simplemente un diálogo entre dos personas. En realidad, es un encuentro entre grupos. Mi parlamento interno se encuentra con el parlamento interno del otro, y juntos negociamos, dialogamos, co-creamos una nueva realidad. La riqueza de este encuentro radica en la multiplicidad. Somos seres múltiples, y es en esa pluralidad donde reside nuestra verdadera capacidad de adaptación y cambio.

Pero, ¿qué sucede cuando nos aferramos a un solo personaje? Aquí entra el concepto de rigidez. Ser rígido es quedarse atrapado en una única identidad, en un solo rol. Y esto no solo ocurre en nuestros pacientes, sino también en nosotros como acompañantes. La rigidez nos impide ver más allá, nos limita en nuestra capacidad de respuesta.

Frente a esta rigidez, Moreno y Salvador Minuchin nos proponen un antídoto: la espontaneidad. Minuchin, en el primer capítulo de su libro Técnicas de Terapia Familiar, titula precisamente "Espontaneidad". Porque la espontaneidad es la capacidad de moverse entre personajes, de cambiar de rol según lo requiera la escena. No se trata de ser improvisados o inconstantes, sino de tener la flexibilidad suficiente para adaptarnos a lo que el otro necesita de nosotros en cada momento.

La espontaneidad nos libera de la rigidez. Nos permite ser múltiples, pero de manera auténtica. Nos ofrece la posibilidad de cambiar de personaje, de abrazar la multiplicidad de nuestro ser y, al mismo tiempo, acompañar al otro en su propio proceso de transformación.

Acompañar no es simplemente estar. Es ser en movimiento, en transformación, en constante diálogo con el otro. Es saber que, en cada encuentro, somos y seremos distintos. Y tal vez, la clave de una relación terapéutica efectiva radica en nuestra capacidad de ser flexibles, de ser espontáneos, de habitar esa multiplicidad que nos constituye, sin perder nunca de vista quién es el otro y quiénes somos nosotros en relación con él.

Gracias.


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